miércoles, 18 de abril de 2012

Mi tonta, infranqueable e imprescindible prisión esférica, cristalina y demencial.

         Vivir condenado por el físico es una extraña condición. Cualquiera pensaría que la gallardía y la fiereza que muestran algunos rasgos y/o características de algunos sujetos es algo que mantendrá a la mayoría a raya. Pero parece que, para algunos, esos rasgos de salvaje masculinidad, representan nada más y nada menos que facciones adorables, deseables e incluso únicas y coleccionables.
         Cuando un aparato produce el aire que respiras y estas circunscrito a una circular frontera, que no se basta con enclaustrar tu existencia, sino que es transparente para prologar tu sufrimiento, entonces te enteras que tu desdicha tiene que ver directamente con un ser pequeño de mente, pero enorme de tamaño, como una especia de cíclope estúpido.
        Ser disfrutado como si fueras una pieza de museo, mientras cientos de caras con sus ojos profundos, marrón, negros, mieles, azules, verdes, grises te auscultan hasta los más mínimos defectos y sonríen con sus dientes dispares como tontos obnubilados con el brillo que produce sobre mi piel la ardiente luz de una bombilla eléctrica.
        Y mientras tu vida se disuelve en devaneos y análisis, viajar de un lado a otro se convierte en la mejor y única forma de recorrer las horas, que por alguna extraña razón solo se derraman indiferentemente sobre el espacio. Lo que mas duele de estar encerrado es el hecho de que haber vivido mucho tiempo en libertad, te hace sentir capaz de alcanzar hasta lo imposible y ese sentimiento crece en la intríngulis de tu ser y se forja allí, indeleblemente, la mancha del albedrío.
        De las pocas cosas fascinantes que este vidrioso mundo ofrece, el mas asombroso es cuando aquel otro sujeto aparece, del otro lado de cristal, tan encerrado como yo, tan azul como yo, tan esplendoroso como yo; se mueve como yo, respira como yo y siempre me mira. Su prisión es igual que la mía, con la misma disposición, el mismo equipo para el oxigeno, el mismo color de suelo y ni que decir de aquel par de ojos oscuros, profundos y aterradores justo como los míos. Es tanto el parecido con ese sujeto, que cuando aparece siento una mezcla intrínseca de miedo y rabia, me pongo a la defensiva, abro aun mas mis ojos y me planto delante de él, pero el muy sinvergüenza no hace mas que imitarme. Aquello es una cuestión tan increíble que el centinela, que celosamente me guarda, se queda horas allí, mirando como aquel extraño baile, que el muy estúpido sujeto provoca, se desarrolla sin variaciones, para luego llevarse al sujeto en no sé que artilugio paradójicamente plano, con una cara gris y otra brillante.
         Ser un Betta splendens, es toda una odisea. Mi tonta, infranqueable e imprescindible prisión esférica, cristalina y demencial esta llena de un líquido que en algún momento fue agua porque ahora ha tomado un tono turbio. Mientras en el lecho, de este mar pequeñísimo, se poso un polvo oscuro que cuando abro las aletas se sacude y me esconde como una cortina de negros encajes.

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