sábado, 11 de diciembre de 2010

Adicción


El tiempo es mas largo si se mira el reloj. Roberto comienza a creer que las manecillas le están jugando una broma, haciendo estallar cada resquicio de paciencia en su ser, camina de un lado a otro, lee dos paginas de un libro que nunca termina de leer, se come las uñas y piensa que esta dentro de una pesadilla, pero a pesar de todas sus quiméricas fantasías, llenas de esperanza, la realidad es un hecho cruel y pesado, tal vez, pero inminente de seguro. Mira la decoración del departamento, es una extraña mezcla de lo muy antiguo con cuadros de barcos y riachuelos y lo excesivamente moderno, con esculturas extrañas. El timbre derrumba su impaciencia con su sonido estridente, cree que ha llegado ese paquete que tanto espera, pero solo es Sofía, su roommate, que llega de la universidad. Le saluda, apenas le devuelve el saludo, un poco contrito por la decepción. Decepción que se muere al instante con otro timbrazo, esta vez, si es la persona indicada, salta de un sillón donde había caído presa de la contrariedad anterior y corre a girar el picaporte, cuando ve el uniforme azul del mensajero, casi le da un ataque de alegría, no sabe si saltar, reír o besar al mensajero; solo quiere que le entreguen el paquete y salir corriendo a utilizar ese aparato de multitud de botones. El cartero esta un poco impresionado por la cara casi temblorosa de emoción:
–Buenos días –saluda con la calma común de todos los mensajeros –se encuentra el Sr. Roberto Cassatt.
–Si, soy yo –responde tratando de parecer lo mas circunspecto posible, a pesar de la emoción que le recorre.
–Paquete para usted, firme aquí –dice, indicando una línea al final de un largo contrato, que indica que el paquete ha sido entregado satisfactoriamente.
Roberto no pierde tiempo en firmar, casi arrebata el paquete de las manos del cartero. Cierra la puerta y se dirige al sillón negro frente al televisor, a abrir el envío, el mismo viene embalado como si dentro trajese el más preciado rubí del mundo.
Roberto observa aquel aparato con sus ojos grandes y grises, parece que solo la figura contorneada le hubiese robado el alma, pues, siquiera lo ha encendido. Siguiendo las instrucciones del manual, pues no quería estropearlo, realiza una pulsación larga sobre un botón rojo con un signo parecido a una "C" vuelta hacia arriba y una pequeña raya vertical encima, una luz blanca ilumina la negra pantalla, luego aparece el logo de la empresa fabricadora, un conjunto de puntos dispuestos de tal manera que parezcan dos letras B mayúsculas superpuestas, al final el nombre de la compañía telefónica y un sonido polifónico que le hizo sentir un extraño sentido de logro. Observa ahora el paisaje de una colina baja y un cielo azul, que parecen ser el nuevo mundo al que se dirige.
Roberto día a día descubre nuevas funciones en su móvil, las cosas están cambiando, ahora todo está organizado, es posible comunicarse con él, a cualquier hora y a través de cualquier medio. Conoce gente de todas partes del mundo, esta mas relacionado con sus padres que viven en el exterior y con unos primos lejanos que no conocía más que de nombres. Sabe a que hora es o fue, cada acontecimiento, conferencia, cita o reunión con una increíble precisión. Todas sus clases están agrupadas y organizadas en el teléfono, con fechas de exámenes y días de clases, configurado para emitir una alarma días u horas antes, para recordar el evento. Odia ir a clases de ortografía a causa del profesor, quien le exige realizar ejercicios a mano en un cuaderno que corregirá a final de curso. Asegura que en los demás cursos puede tomar sus notas en el teléfono, incluso para sus exposiciones. Roberto es realmente un gran estudiante, sus calificaciones lo dejan bien claro.

***
Ya han pasado 5 meses desde que Roberto ganó aquel concurso que trajo hasta él, su ahora imprescindible teléfono. Hay cambios en Roberto, ha dejado de hablar con sus amigos como antes, actualiza cada 10 segundos su estado, indicando en distintas paginas webs sociales, lo que se encuentra haciendo a cada instante. Cada vez compra un nuevo accesorio para este aparato, ya físico, ya virtual, e incluso esta pensando en un nuevo modelo, con características "superiores" según el anuncio de la televisión. Ya no mira a nadie a los ojos, ha pasado de ser una persona altamente sociable a un completo introvertido, sus amigos se han reducido a un puñado de contactos que desconoce y con los que comparte sus intimidades, bajo un nombre que ha inventado.
Hoy le ha tocado tener clase todo el día, su preciado asistente electrónico ha sido utilizado lo suficiente, tanto por él, como por algunos que aun se asombran de las "maravillas" que es capaz de hacer este artefacto.
Agotado por el tedio del día se sienta en el suelo, sobre el césped del campus, y mientras hace algunas actualizaciones de sistema, que impiden el uso del aparato por largo rato, coloca el aparato en el bolsillo inferior de un pantalón color camuflaje, con muchos bolsillos. Decide ir a casa. Mientras camina sabe a donde va, pero le parece un camino completamente distinto, como si cada edificio fuese nuevo, hay casas que nunca había visto y vallas en las que no había reparado.
Al llegar, encuentra a sus compañeros sentados en el sofá, riendo, mientras miran el televisor. Todos se voltean al escucharlo saludar, es que casi nunca lo hace.
–Tengo que algo que decirte, Roberto –dice Martín, con su tono burlón característico.
–No ahora Martín, no tengo tiempo para bromas –responde con tono cortante, como si acabase de llegar del funeral de un familiar al que amaba mucho.
– ¿Te pasa algo? –pregunta Sofía, quien siempre se preocupa por él.
–No pasa nada, solo estoy cansado, voy a ducharme –y continúa hacia su habitación, los demás voltean, siguen viendo el televisor.
Entra a la habitación, se lanza tal cual, bocabajo sobre la cama, completamente exhausto por el estrés del día. Duerme casi dos horas, despierta, saca una remera negra del armario y ropa interior limpia de las gavetas, lo pone todo sobre la cama, se quita la ropa que trae, se mete a duchar, mientras entona una canción de su banda de música favorita:
–«...aléjate de mi y hazlo pronto antes de que te mienta...»
Alguien toca la puerta.
–Estoy en la ducha –grita, mientras se saca el shampoo.
– ¡Soy yo, Martín! necesito el libro de matemática que te preste –indica la voz estentórea de Martín, desde el otro lado.
–Pasa, está dentro de mi mochila –responde desde dentro, continua cantando –«...aléjate de mi amor, yo se que aun estas a tiempo...»
Sale de la regadera, se seca, se cambia de ropa, luego de colocarse la colonia anda hasta el armario, busca una boina que le trajeron sus padres, un recuerdo de Jamaica, un reloj de silicón muy a la moda y un colgante. Se dirige al buró al lado de la cama a buscar el móvil, pero no le encuentra, busca debajo de la cama, revisa su mochila, no recuerda la ultima vez que lo vio, ni donde lo coloco después, hay un evento al que tiene que asistir mas no sabe la hora, menos el lugar y no encuentra su asistente electrónico. Sale hasta el pasillo, viene mirando cada rincón, al llegar a la sala pregunta a sus compañeros, quienes aseguran que no le han visto. La desesperación comienza a mostrase.
–Has perdido el cerebro –dice Martín, con su acentuado tono sarcástico y suelta una carcajada.
–No seas estúpido Martín, el hecho de que tus padres no puedan costearte un "smart" –utiliza un termino anglosajón para referirse casi con cariño a este aparato –no es motivo para que estés envidioso –continua y sonríe, intentando cubrir con una burla la desesperación que siente. Se percata de un objeto blanco en el bolsillo trasero de Martín.
–Devuélveme, el teléfono Martín –dice, apretando los dientes.
– ¿De que hablas? –responde volteándose, sorprendido por la soberbia en el tono.
–Sabes de que hablo –y eleva la voz, parece estar gritando.
Martín lo ignora como si tratara con un demente y continúa viendo la televisión.
–Debes devolverlo, nunca hemos tenido esas confianzas, se que lo tomaste cuando entraste a mi habitación, mientras me duchaba.
–Solo saque el libro –dice, mientras lo levanta sobre su cabeza sin volverse.
– ¡Exijo que me lo regreses! –continúa gritando y su cara se va tornando roja, como un tomate, a punto de estallar.
–No tengo nada que darte, ahora deja que veamos la película en paz –finaliza.
Una vorágine de rabia viaja a través de Roberto, está a punto de estallar, cada segundo que pasa sin su teléfono es como si le faltara el aire, desubicado, desorientado, completamente perdido, la desesperación le llena la cabeza de ideas macabras, cada momento, gesto o comentario, le afirma que Martín tiene su teléfono.
Roberto pierde los estribos y la razón, camina sin pensar hasta la cocina, guiado por un oscuro sentimiento de rabia y venganza, toma un filoso chuchillo, regresa a la sala, hala a Martín por el cabello y pasa el filoso cuchillo por su cuello degollándole, la sangre sale a borbotones.
Aún en el frenesí de la escena, tira del objeto blanco en el pantalón de Martín y lo mira con ojos incrédulos, es solo la invitación a la boda de su mejor amigo, era el evento que había olvidado. En ese mismo momento, escucha el sonido polifónico de su teléfono y lo siente vibrar en el bolsillo inferior de su pantalón. Sofía gritando y temblando no sabe que hacer esta en shock, Martha continua tan absorta con la escena, sus ojos están casi fuera de su orbita, no puede pronunciar palabras, Roberto saca el aparato aquel y comienza a teclearle como en un infernal y frenético acto compulsivo, mientras la sangre sigue saliendo, cayendo a cuentagotas, hasta el piso, haciendo un charco carmesí.

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